Opinión del libro: Mundo del fin del mundo de Luis Sepúlveda

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Casi estoy 100% seguro de que te suena el libro de Herman Melville, Moby Dick (1851), o has visto alguna referencia de él en la cultura popular (ya sea caricaturas, anime, memes, etcétera). Este libro trata sobre un marinero, el capitán Ahab quien junto con Ismael (Call me Ishmael… el homólogo en inglés de En un lugar de la mancha…) y demás personajes, enfrentan a un gran cachalote blanco en un barco del siglo XIX. La novela tiene por detalle narraciones exquisitas del estilo de vida de aquel siglo, la descripción de los puertos, personajes y la narrativa te transportan en el tiempo y han capturado a más de un ávido lector. Si bien en su momento no tuvo tanto éxito, es uno de los clásicos de la literatura contemporánea y es imperdible para todo aquel interesado en el mar y sus maravillas. 

La historia ha inspirado a muchas personas a hacerse a la mar, la sola idea de aventura, exploración, descubrimientos, gloria y fama que pueden conllevar dichas hazañas. Si bien muchos quisimos ser biólogos marinos de niños, muy pocos lograron alcanzar su sueño. En algunos países la carrera de Biología Marina se incluye dentro de otros planes de estudio, o bien, se trata de posgrados, aunque realmente para hacerte a la mar deberías estudiar en la Marina Mercante o en la Marina Armada.

Muchos otros -como su servidor- no contamos con la facilidad para lanzarnos por la borda sin consideración del qué dirán, y más bien nos refugiamos en la lectura como una puerta que abre a un mundo de conocimientos más allá de nuestras expectativas. Casualmente, un día paseando en la Alameda Central en el Centro Histórico de la Ciudad de México, di con una feria y remate de libros, quizás no llevaba más de $50MXN ese día (aprox. $2.5 dólares americanos), pero vi en algunos locales el letrero de Remate de libros a $10. Con la emoción de que mi sueldo de estudiante al fin alcanzaba para algo, me acerqué a la mesa y comencé a buscar un libro que me llamara la atención; al inicio ví muchos libros fiscales y de leyes derogadas 10 años atrás o más, o veía revistas que promueven el uso de terapias alternativas como sanación cuántica para ‘curar’ la diabetes. 

Desanimado, fui buscando en los demás puestos, repitiendo el proceso de búsqueda-decepción, hasta que finalmente di con él. Un libro pequeño, ligeramente más grande que un smartphone, de cubierta negra y en el título se lee “Mundo del fin del mundo”, acompañado por la imagen de un esqueleto de ballena. 

Si nunca has leído Moby Dick, hazlo con la mente abierta. La mentalidad del siglo XIX era distinta a la de hoy en día, pero el autor, con exquisito lujo de detalle, doma las palabras y describe a la perfección cosas tan banales como la caza de ballenas.

Si tienes amigos biólogos -o tú eres uno-, no me dejarás mentir que, ante cualquier texto con imágenes de animales, plantas o cosas relativas a la disciplina, nuestra atención es secuestrada ipso facto, dando testimonio de nuestra naturaleza como profesionales “muy visuales”. Bien, retomando mi anécdota, vi que no era un libro muy grueso, que la tipografía era clara y a pesar de no contar con ilustraciones, la contraparte y su reseña lucían bastante interesantes. Se lee el siguiente párrafo:

“Exaltado por la lectura de Moby Dick, un adolescente chileno se embarca en un ballenero que lo lleva por los mares australes de América. Muchos años después, ya adulto, vuelve a esos lejanos parajes por una razón muy distinta: barcos de modernos corsarios están depredando la fauna que habita las gélidas aguas del mundo del fin del mundo. Debe seguir las huellas del sanguinario capitán Tanifuji para impedir la barbarie y salvar a Sarita, atrapada en una enmarañada red de oscuros intereses. La solitaria obsesión del Capitán Ahab por una ballena enorme ha dado lugar a un exterminio sistemático e indiscriminado“.

Sin dudarlo más, le compré el libro al vendedor y desde entonces me planteé el compromiso de leerlo lo más pronto posible. Por una cosa u otra del destino, no fue sino hasta hace un mes que en dos días lo leí completo. La narración y el hilo conductor me ataron y no me soltaron durante los traslados en metro de mi casa a la universidad y viceversa.

Emocionado con el plot argumental, me apresuré a leer cada capítulo. La primera parte recapitula la infancia de nuestro protagonista de origen chileno quien, atraído por las novelas de aventuras en altamar, decidió unirse a la tripulación de un barco ballenero con la finalidad de vivir en carne propia la experiencia. A pesar del espectáculo sangriento, no desarrolló odio hacia la actividad, dado que las técnicas empleadas de arponeo a la antigua (arponear desde un barco e ir en balsa a rematar al animal) le resultaron interesantes, aunque no más allá de eso. Habiendo satisfecho su hambre de curiosidad, agradeció al capitán del barco (un misterioso extranjero de hábitos aún más extraños) y regresó a su hogar con dos cosas: experiencia laboral y una historia que contar.

Si en alguna ocasión ves una ballena muerta en la playa, significa PELIGRO, si no me crees, revisa esta nota sobre la “Ballena Explosiva” de la BBC.

La segunda parte del libro es la que contiene el momento clímax y la justificación del mismo. Pocas décadas después, ya con nuestro protagonista radicando en Hamburgo, nos enteramos que este dedicó su vida al periodismo, en particular a la difusión de noticias poco agradables para las élites mundiales. Se había relacionado con gente de Greenpeace y demás organizaciones ambientalistas, lo que le permitió conocer a gente de todo el mundo, como a Sarita, una chica que se aventuró junto con la tripulación del Rainbow Warrior, a estropear las operaciones de barcos fábrica, principalmente japoneses (a partir de aquí, tanto el libro como mi reseña se tornan ligeramente xenófobos).

Con chorros de agua, disparos, burlas y alguna otra táctica típica de sicario latinoamericano, los japoneses aplican la caza de ballenas a una escala industrial, con motivo de “investigación científica”. El autor, Luis Sepúlveda, habiendo trabajado en Greenpeace al igual que el protagonista, menciona datos duros sobre la caza de ballenas. Por ejemplo, el empleo de barcos “desmantelados” en islas pobres del Océano Índico y renombrados mediante sobornos, permite a países como España, Estados Unidos y otras naciones occidentales, operar in fraganti y obtener no solo hasta 300 ejemplares de ballenas, sino pescar de forma indiscriminada los recursos oceánicos, favoreciendo a unas cuantas élites políticas que se encargan de fomentar las leyes de la Comisión Ballenera Internacional, otra forma de decir Piratería Moderna, pero con pasos extras. El momento fatídico es el siguiente: piratas modernos han atropellado a Sarita y se encuentra sola, enfrentando un Wokou industrial (barco pirata japonés).

Ballena o Rorcual de Minke, alcanzan hasta 5.5 m de largo, razón por la cual son de las ballenas más pequeñas y de las más cazadas a nivel mundial.

La realidad es que, de acuerdo con datos de la ONU: “La producción pesquera y acuícola total alcanzó un récord de 214 millones de toneladas en 2020, que comprendían 178 millones de toneladas de animales acuáticos y 36 millones de toneladas de algas, debido en gran medida al crecimiento de la acuicultura.  La cantidad destinada a consumo humano (excluidas las algas), era de 20,2 kg per cápita, más del doble del promedio de 9,9 kg per cápita registrado en la década de 1960”. Estamos matando al océano, quien es nuestra madre ancestral.

Como dato curioso, la caza de ballenas sigue el siguiente método: esperar a las agotadas ballenas sin oxígeno salgan a respirar, arponear su espiráculo de modo que no puedan respirar, y entre el shock y la falta de oxígeno, mueran asfixiadas de forma rápida. La ballena más cazada desde el siglo XIX es la ballena Minke, pariente cercano de la ballena azul y otros rorcuales. Y de manera general, hemos reducido sus poblaciones hasta casi un aterrador 70% a nivel mundial desde hace dos siglos; a pesar de los esfuerzos de la CBI (Comisión Ballenera Internacional), el país de las colegialas y tentáculos sigue alegando “fines científicos”. Como relato personal, un amigo compró hace unos ayeres un yogurt de hígado de ballena en un Seven Eleven de Tokio.

Gráfica que muestra hasta 2017 las ballenas cazadas por Japón, cifras que representan más de la mitad del total mundial. ¿Para qué querrán tantas ballenas nuestros colegas japoneses?

El capítulo del desenlace se resume de la siguiente forma: nuestro protagonista logra llegar a la Patagonia tras un viaje de más de 30 horas continuas de escalas en Europa y Latinoamérica. Ahí se reencuentra con un viejo lobo de mar, el Capitán Nilssen (el “extranjero”), ahora retirado, quien le cuenta lo sucedido. Resulta que nuestra infortunada Sarita fue atropellada y amenazada de muerte después de haber tomado fotografías del Nishin Maru pescando ilegalmente en aguas chilenas, toneladas de biomasa marina (p. e. ballenas, tortugas, focas, algas, corales) por órdenes del Capitán Tanifuji.

Es en esta parte del libro que el autor trata de evidenciar su antítesis respecto a Moby Dick: ya no es un marinero obsesionado con un cachalote blanco, sino que ahora es un marinero obsesionado con un barco ballenero y, si bien el autor quiere hacer ver como un tipo de obsesión de nuestro protagonista por “cazar” al colérico Tanifuji, creo que es en los últimos párrafos del capítulo donde recurre a un Deux ex machina de la forma más ridícula en mi opinión. 

Quizás a alguien más le guste el final, pero personalmente no me gustó. Cosas que rescatar de este capítulo son las anécdotas del capitán Nielsen, que a pesar de haber sido ballenero, desestima el uso de tecnología y barcos, que no solo depredan sin ética los mares, sino que mediante el saqueo despojan a las comunidades autóctonas de su forma de vida, confinándolos a un futuro incierto y desalentador, justo como le pasó a los indígenas Onas de Tierra de Fuego, quienes al perder sus dioses y estilo de vida, preferían suicidarse arrojándose al mar. 

Hace unos ayeres, cuando trabajé para UNIVERSUM, el museo de las ciencias en la Ciudad de México, escuché de una colega y un profesor que “no es hasta que movemos el morbo y las vísceras de las personas, que ellos no empiezan a mover el mundo”. La única forma de frenar la caza de ballenas, es difundiendo a todos los niveles esta información y exigir el cese en los productos que requieran violencia innecesaria y no zootécnica. Fotografía del Australian Customs and Border Protection Service de 2006. 

Mi reflexión final es: está bien que te intereses por difundir la lucha incansable de mujeres y hombres, quienes arriesgan su integridad con tal de defender al mundo, sin embargo, Sepúlveda pudo explotar aún más los recursos literarios con el fin de atrapar al lector en las redes de encanto literario, cosa que quizás se hubiera logrado extendiendo más el texto, o dejo eso a tu opinión. Una vez que hayas leído el libro contáctame, y con gusto platicamos más al respecto, cuales viejos marineros relatando sus días de antaño.

¿Quieres saber más?

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1 comentario en “Opinión del libro: Mundo del fin del mundo de Luis Sepúlveda”

  1. Me parece interesante cómo planteas el tema de la caza de ballenas, que es un tema muy fuerte. Pero lo que más me llama la atención de tu artículo es cómo la literatura nos lleva a una ruptura psicológica que permite llegar a lo que se llama “momento ecológico”.

    Johanna Macy lo plantea como el cambio de percepción y conciencia que experimenta una persona cuando se da cuenta del impacto destructivo de la humanidad en el medio ambiente. Para algunos ambientalistas, este momento ecológico puede conducir a una ruptura psicológica, donde la persona se siente abrumada por la situación y se siente impotente para hacer algo al respecto. En otros casos, este momento puede ser un catalizador para la acción y la participación en la protección del medio ambiente. Y esto es lo que le sucede al protagonista del libro de Sepúlveda y supongo que al autor también, y a nosotros, llevándonos a reflexionar sobre la caza furtiva de ballenas, incluso partiendo desde esa novela tan icónica como “Moby Dick”.

    Es lindo darse cuenta de lo importante que es el arte, como la literatura, el cine, la fotografía y muchos otros, para generar estas rupturas que permiten el desarrollo de personas que defiendan o empaticen con otros seres vivos.

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