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En 1963 la ciencia ficción sorprendió al mundo con una serie cuyo argumento propone la posibilidad física de los viajes en el tiempo. Doctor Who cuenta la historia de dos profesores y sus aventuras al deslizarse por la línea temporal a través de una cabina telefónica. Una serie que, en su estreno inicial, llamaría la atención de un público selecto debido a que los postulados planteados no eran comprensibles y, por tanto, aceptados por todos los televidentes. No fue sino hasta 1984, que la canónica película Terminator ponía sobre la mesa un futuro distópico donde la humanidad era conquistada por las máquinas; la batalla final se disputaba, paralelamente en el pasado, el presente y el futuro. En 1985, el comienzo de la saga Volver al futuro no solo dio continuidad a la era de las historias y teorías ficcionales de viajes en el tiempo, sino que marcó las pautas bajo las cuales estas exploraciones podrían llevarse a cabo, dando origen a los mitos de viajes temporales.

¿Puede el ser humano desplazarse por el tiempo a conveniencia? Una respuesta rápida, no por ello sencilla, es sí; el ser humano tiene la capacidad virtual de transgredir su línea temporal a través de la memoria, mecanismo por el cual se puede codificar, almacenar y evocar experiencias pasadas.

Ahora bien, recordar es ya un viaje al pasado. Los recuerdos son almacenados en esa estructura laberíntica que supone el cerebro. Aunque las neurociencias no han logrado establecer la ubicación exacta donde se acumulan todos los recuerdos, diversos estudios se inclinan hacia la afirmación de que cada función neuronal guarda un archivo de memoria. Tal como un procesador de datos que genera su propio archivo de origen, el cerebro guarda las memorias auditivas y visuales en el lóbulo temporal y este proceso se replica en cada una de las áreas del mapa propuesto por el neurocirujano Wilder Penfield. 

Cuando accedemos a nuestros recuerdos, realizamos un recorrido por el entramado de grises galerías cerebrales hasta encontrar el archivo de origen que permita realizar el salto temporal al “instante” que deseamos. Es a través de los estímulos externos que accedemos a estos archivos de origen. Este planteamiento lo describe a la perfección el escritor francés Marcel Proust en su novela En busca del tiempo perdido. En esta narración, es una magdalena lo que facilita el salto temporal.

Los viajes al pasado se relacionan con la pérdida y los deseos. La nostalgia humana de aprehender lo inaprehensible. En La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares narra la historia de Morel, un científico que crea una máquina que es capaz de construir una realidad con sus recuerdos más preciados y repetirlos una y otra vez. Nuestra memoria, es esa máquina que replica una realidad pasada en aras de atesorar los mejores momentos, modificar el presente y proyectar el futuro. Al recordar, tres líneas temporales convergen paralelamente. 

Los viajes en el tiempo, esos que ya son posibles, son una sinergia entre la biología cerebral, nuestra noción sobre conceptos como pasado, presente y futuro y eso que, a pesar de distinguirnos como seres humanos, no logramos definir. No es extraño que, siendo seres inaprehensibles, busquemos personificar todo aquello que está hecho “[…] de la misma materia que los sueños”. Quizás es ahí donde radica la esencia misma del ser.

¿Quieres saber más? 

Bioy, Adolfo. (2019). La invención de Morel. México. Booket México.

Proust, Marcel. (2017). En busca del tiempo perdido. México. La otra H

Enciclopedia Británica (2022). Memoria. (ed. 2016).

Quian, Rodrigo. (2016). Qué es la memoria. Buenos Aires, Argentina. Paidós.

Quian, Rodrigo. (2011). Borges y la memoria. Un viaje por el cerebro humano, de “Funes el memorioso” a la neurona de Jennifer Aniston. Buenos Aires, Argentina. Random House.

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