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Desde que entré a la licenciatura en Biomedicina, hace ya varios años, estuve expuesta al mundo de la investigación científica, principalmente a las etapas más básicas de ella, que en muchos casos implica la utilización de animales de laboratorio para estudiar fenómenos biológicos relevantes para la salud humana. A lo largo de mi carrera me fui percatando de que, en este tipo de ensayos, se utilizan prácticamente solo animales machos. Al inicio no le presté tanta importancia, para mí todo era nuevo y emocionante, pero entre más leía, aprendía y entendía, me pregunté si los resultados de esas investigaciones podrían realmente ser representativos y generalizarse como ciertos para ambos sexos. Finalmente, la investigación biomédica busca proporcionar conocimiento relevante que se traduzca en mejoras sobre el cuidado de la salud de toda la población humana. 

Entonces continuaron mis preguntas… ¿Por qué las hembras estaban siendo abiertamente excluidas en casi todos los protocolos de investigación?, ¿pasaba lo mismo en los ensayos clínicos en humanos con las mujeres?, y ¿qué efecto tendría esto sobre la seguridad y eficacia de los medicamentos administrados a personas de este sexo?

Ahora sé que este sesgo sexual, desafortunadamente, es un fenómeno prevalente en la investigación en todas las áreas de las ciencias de la salud. Está ampliamente reportado que, en los laboratorios, el uso de animales macho suele ser ya una característica “predeterminada” y, claramente, poco cuestionada. De hecho, en un análisis de casi dos mil estudios donde se utilizaron animales, se encontró un sesgo masculino en 8 de 10 disciplinas biológicas, más pronunciado en neurociencia (5.5 machos a 1 hembra), farmacología (5 machos a 1 hembra) y fisiología (3.7 machos a 1 hembra). Pero ¿por qué sucede esto? En pocas palabras, por la suposición de que así es más simple. Las hembras son intrínsecamente más variables que los machos, debido principalmente a su ciclo estral, donde las hormonas varían periódicamente. Las hembras habitualmente se analizan en cada una de las cuatro etapas del celo para generar “datos confiables”, por lo que todo esto implicaría más tiempo, esfuerzo y, sobre todo, recursos económicos. 

A pesar de esto, la evidencia demuestra lo contrario. Ensayos con hembras de varias especies a través de su ciclo hormonal, en general no muestran más variación en los resultados en comparación con los obtenidos con machos, demostrando que, en muchos casos, la investigación con hembras es válida y confiable. De hecho, se ha visto en varios estudios que los machos muestran un espectro más amplio de variación para rasgos como el apetito y el uso de una rueda de ejercicio. 

Esta forma de exclusión femenina también se ve en ensayos clínicos, donde en la actualidad las mujeres siguen estando subrepresentadas. Un ejemplo muy claro de esto es el siguiente: en Estados Unidos se analizó la participación femenina en ensayos clínicos en los últimos años, y se encontró que solo el 42% de los participantes en las pruebas de medicamentos psiquiátricos eran mujeres, siendo que el sesenta por ciento de las personas con trastornos psiquiátricos son mujeres. 

Pero finalmente, ¿por qué es importante hacer notar todo esto? Porque se están produciendo resultados que comprometen los tratamientos médicos de la mitad de la población. Es claro que existen diferencias significativas en la forma en que las hembras y machos, sean animales modelo o humanos, experimentan enfermedades y reaccionan a los medicamentos, en parte debido a diferencias hormonales, genéticas y sociales; por lo que, al estudiar en su mayoría al sexo masculino, se pueden pasar por alto o malinterpretar importantes efectos biológicos. Esto se ve traducido en que muchos de los tratamientos médicos actuales tienen efectos secundarios fuertes en mujeres o que su efectividad no es la misma que en hombres. 

La prevalencia de las diferencias sexuales en las enfermedades humanas requiere urgentemente de experimentos realizados en ambos sexos, a menos que los estudios aborden específicamente la reproducción o los comportamientos relacionados con el sexo. Y aunque ya se han establecido normas y leyes que obligan a incluir más individuos femeninos en las investigaciones clínicas y preclínicas, la situación todavía tiene mucho margen de mejora. Otorgar los mismos derechos a hombres y mujeres no solo significa tener las mismas oportunidades laborales o salarios equitativos, sino también la misma comprensión de su cuerpo y la misma calidad en su atención médica. 

¿Quieres saber más?

Ritz, S. A., & Greaves, L. (2022), “Transcending the Male-Female Binary in Biomedical Research: Constellations, Heterogeneity, and Mechanism When Considering Sex and Gender“, International journal of environmental research and public health, 19 (7): 4083.

Zucker, I. & Beery, A. (2010), “Males still dominate animal studies“, Nature, 465: 690.

Wald, C., & Wu, C. (2010), “Biomedical research. Of mice and women: the bias in animal models“, Science, 327 (5973): 1571-1572.

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